miércoles, noviembre 21, 2007

Hallarte después de nueve lunas

Una de la madrugada, Clarisa deja su hogar en brazos de su compañero hacia el hospital. Mientras crecía no pensó nunca en quedarse en ese lugar, para ella Las Cañitas nunca sería un lugar seguro, y mucho menos mientras viviera su padre que la golpeaba luego de cada borrachera, y eso sería a diario. De vuelta a casa cada tarde, vestida de uniforme, sentía como las miradas de cada ser masculino que le pasara por el lado, se clavaba en ella, desde su media cola de pelo rizado y oscuro, hasta los zapatos que lustraba cada domingo ella misma.

Era bonita, ojos café muy grandes y labios carnosos, piel mulata con los signos evidentes de la pobreza que la rodeaba, pero con los pliegues en los lugares justos y curvas insinuantes para alguien de 15 años... demasiado insinuantes.

Lo diferente de Clarisa era el brillo en sus ojos que resaltaba entre tantas otras muchachas de su edad. Por ese brillo especial Juan Carlos quedó prendado de ella. Ebanista de día, solía verla al entrar a la tanda vespertina del liceo aquel.

-¿Te gustan las rosas?-
-Por aquí no hay muchas rosas que digamos- respondió sin mirarlo
-Prometo traerte una cada día hasta que deje de pensar en ti-

Él era lo mejor de la zona, un muchacho trabajador que ayudaba a su madre con la casa y vendía flores de noche en las zonas oscuras del malecón. Todos los días antes de entrar a clase le llevaba la rosa prometida, ella anotaba cada día con esmero esperando que no dejara de pensar en ella. Un día cualquiera llenó de rosas su casa y se la llevó con él. Ella estudiaba contabilidad para ayudarlo en pocos años. Eran felices.
Esa noche ella despertó con fuertes dolores, el médico del centro le había dicho que tomara té de jengibre para acelerar el proceso y así lo hizo. Juan Carlos llamó al vecino para que le prestara el motor, y así salió con mujer al hombro para el hospital.
Luego de 9 horas de dolor intermitente, la opinión de cuatro residentes del área, tres hojas de ingreso y dos sueros, un grito de dolor se escuchó en la habitación forrada de paredes plásticas.

Juan Carlos limpió la casa esa tarde, el piso de tierra, las paredes malhechas y la repisa. De ésta última recogió viejas flores secas que quedaban en un jarrón, debajo de este un pedazo de cartón con 3654 rayitas en lapicero azul.

Mujer: en un silencio que me sabrá a ternura,
durante nueve lunas crecerá tu cintura;
y en el mes de la siega tendrás color de espiga,
vestirás simplemente y andarás con fatiga.

Un día, un dulce día, con manso sufrimiento,

te romperás cargada como una rama al viento,
y será el regocijo de besarte las manos,
y de hallar en el hijo
tu misma frente simple,
tu boca, tu mirada, y un poco de mis ojos,
un poco, casi nada... (G.P)

3 comentarios:

Jenniffer G. dijo...

Que hermoso.
Es uno de los hechos mas hermosos en la vida el poder tener un hijo.
Dicen que la vida da un giro de 90 grados y mas.

FeliTo dijo...

Me conmovio, me atrapo, me envolvio en cada parrafo....

Guao!..me encanto gorda!...

Dicen por ahi que el amor se hace pleno al tener carne de tu carne en tus brazos...Solo que cada cosa tiene su tiempo y su momento justo.

Ginnette dijo...

Definitivamente los hijos te cambian la vida. Wao 3,000 y pico de rosas. Que bello amor.